
UN INFIERNO UNOS KILÓMETROS DE MIAMI. Alligator Alcatraz no es un parque de diversiones, es un centro de detención de alta seguridad ubicado en el sur de Florida, Estados Unidos. Alberga a internos que esperan juicio, como el periodista peruano Ricardo Quintana Chávez, y a condenados por delitos graves. Su nombre se ha ganado fama por dos razones: el clima extremo que lo rodea y la disciplina férrea que se impone puertas adentro.
Decenas de migrantes detenidos en Alligator Alcatraz, en pleno corazón de los Everglades de Florida, denunciaron en los últimos días las condiciones infrahumanas que soportan en las carpas improvisadas, con un calor y humedad asfixiantes, escasez de agua y comida en mal estado.

Desde afuera ya impone respeto: muros altos de concreto, torres de vigilancia y un sistema de cámaras que no deja ángulos ciegos. Aquí no hay descuidos. La seguridad es total y permanente. Guardias armados vigilan cada movimiento de los reclusos, desde el momento en que salen de sus celdas hasta su retorno al final del día. Todo se registra y se controla.
El nombre ‘Alligator Alcatraz’ no es casual. Combina la referencia a los caimanes —símbolo de la región—, que rodean las instalaciones, con la prisión más famosa de Estados Unidos, Alcatraz, y no solo por su dureza, sino también por la sensación de que escapar es imposible.
Las visitas son un privilegio restringido. Todo contacto con el exterior es limitado y bajo observación. Las llamadas telefónicas están monitoreadas, y el correo pasa por revisión antes de llegar al destinatario.
Abogados de detenidos describen el trato recibido como el de “ratas en un experimento”. Denuncian comida podrida, baños desbordados de excrementos, mosquitos constantes y condiciones que vulneran derechos básicos, incluyendo el derecho a la religión, tras la supuesta confiscación de biblias.

CALOR Y HACINAMIENTO
Las condiciones físicas del penal marcan a cualquiera. Las celdas son reducidas: literas metálicas, un inodoro y un lavabo en el mismo espacio, con paredes que muestran el desgaste del tiempo y el óxido acumulado en rejas y bisagras. Apenas hay lugar para moverse.
El calor es agobiante durante todo el año. No hay aire acondicionado, solo algunos ventiladores que no logran disipar la humedad pegajosa del ambiente. El clima se convierte en un castigo adicional, sumando incomodidad física al encierro.
Los patios tampoco ofrecen alivio. Aunque el cielo esté abierto, el aire es pesado y el sol castiga sin piedad. Muchos internos prefieren permanecer en sus celdas antes que soportar el calor del exterior.
La combinación de encierro y temperatura extrema impacta directamente en la salud física y mental de los reclusos, que deben adaptarse o sufrir el desgaste constante.
Mientras el termómetro marca temperaturas superiores a los 43 ºC, hombres detenidos en carpas improvisadas, sin ventilación adecuada y rodeados de insectos, cocodrilos y serpientes luchan por sobrevivir. A esto se suma una situación sanitaria crítica: comida infestada de gusanos, aguas residuales que se filtran al terreno y un enjambre de mosquitos transmisores del virus del Nilo Occidental.

DUROS TESTIMONIOS
El día comienza antes de que salga el sol. El desayuno se sirve en bandejas de plástico con raciones simples y rápidas de consumir. Después, largas horas en celdas o áreas comunes, siempre bajo supervisión cerrada.
Vladimir Miranda, un migrante cubano con permiso de permanencia temporal en Estados Unidos, fue arrestado en su lugar de trabajo en Orlando tras una audiencia de inmigración. Su pareja, Eveling Ortiz, aseguró al canal NBC 6 que “no ha podido bañarse, no puede usar bien el baño y no tiene acceso a abogado”.
Según su relato, cuando fallan los generadores, se quedan sin electricidad, agua, teléfonos o aire acondicionado, con temperaturas que rondan los 40 grados centígrados, con 90 % de humedad.
Otros detenidos indicaron que solo reciben “un sándwich al día”, sin productos de higiene como cepillos dentales o jabón, y que el acceso a atención médica es extremadamente limitado.
Las actividades son mínimas y controladas. No hay margen para distracciones. Todo está pensado para mantener el orden, incluso a costa de la monotonía.
Los internos hablan de una rutina que se siente interminable. “Los días son todos iguales, no hay nada que rompa el ciclo”, cuenta un exrecluso. “Es como si el tiempo se hubiera detenido”.
UNA ESTRUCTURA PRECARIA
La infraestructura, construida en apenas dos semanas, en medio de un humedal con caimanes y pitones, y sobre un viejo aeródromo municipal, a 80 kilómetros de Miami, también preocupa.
Aunque el presupuesto inicial era de 450 millones de dólares, documentos filtrados de la Agencia Federal de Manejo de Desastres (FEMA), indican que el costo ya subió a más de 600 millones de dólares.
El lugar fue presentado como una “solución temporal y eficiente” por el fiscal general de Florida, James Uthmeier, quien también le dio el nombre de ‘Alcatraz caimán’.
A pesar de las quejas y testimonios, Alligator Alcatraz sigue operando con normalidad, recibiendo internos de toda la región y manteniendo su férreo control. Para muchos, es un engranaje necesario del sistema penitenciario; para otros, un ejemplo extremo de lo que significa perder la libertad.











