POR: MIGUEL RAMÍREZ / PERIODISTA DE INVESTIGACIÓN
Dos casos vinculados con el narcotráfico de alto vuelo han pasado desapercibidos por las fiestas navideñas: Jhon Jairo, el despiadado jefe de sicarios del narcotraficante colombiano Pablo Escobar, tiene cáncer a la garganta y sus días de vida están contados, y Manuel López Paredes, hombre clave de la organización peruana ‘Los Norteños’, murió el martes víctima de un fulminante cáncer al páncreas.
Ambos casos se convierten en un ejemplo de cómo terminan las personas que escogen el mal camino. En un momento, gracias a sus ilícitas actividades, se convierten en millonarios, compran mansiones, viajan por todo el mundo, se dan los gustos más extravagantes, dilapidan su dinero con bellas mujeres, se creen omnipotentes. Hasta que el largo brazo de la justicia los alcanza y las enfermedades incurables acaban con sus vidas.
Manuel López, quien cumplía una condena de 30 años, se inició en el mundo del narcotráfico en Uchiza a fines de los años 70 junto con sus hermanos. Perteneció a la organización que lideraba Fernando Zevallos, ‘Lunarejo’, el exdueño de la empresa Aerocontinente.
En sus años de apogeo, López amasó una considerable fortuna, tenía casas de lujo, se daba la gran vida y hasta competía en carreras automovilísticas con carros carísimos que importaba del extranjero.
Su fulgurante carrera acabó en enero de 1995 cuando fue capturado, luego de que la Policía y la DEA descubrieran un cargamento de 3.5 toneladas de cocaína en Piura.
Hace medio año la mala suerte le cayó como una montaña. Su tez adquirió un color amarillento, se le inflamó el estómago y bajó más de 30 kilos de peso. Cuando sus familiares lograron que las autoridades penitenciarias le permitieran llevarlo a un hospital, los médicos le detectaron que tenía cáncer al páncreas en tercer grado. Le dieron seis meses de vida.
Estaba bajo una dieta estricta y lo poco que comía lo expulsaba por una sonda que llevaba adherida al cuerpo. Pese a los reclamos de sus hijos para que continuara en el hospital, se ordenó que volviera a la cárcel.
Semanas después, sus familiares iniciaron un trámite de indulto. Presentaron los informes médicos del hospital y del INPE. Pero el mes pasado, una comisión especial del Ministerio de Justicia les denegó el pedido con un argumento insólito: los documentos de los doctores no decían textualmente que tenía cáncer terminal.
“Mi tío estaba arrepentido por todo lo que hizo. Solo quería morir libre. Ya había estado 25 años preso. Les aconsejó a sus hijos que nunca se metieran a ese negocio ilícito. Ahora todos son profesionales”, dijo a este columnista su sobrina Paula López Fasabi.
Como Manuel López, hay cientos de presos con problemas de salud incurables que se mueren en sus celdas por la indolencia y la burocracia de malas autoridades, a las que nunca les pasa nada. Nos vemos el otro martes.
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