Por: Miguel Ramírez/Periodista de investigación*
Había una vez en Nicaragua un candidato presidencial izquierdista que ofrecía a la población sacarla de la pobreza. Decía que la derecha, los ricos, abusaban de los pobres y que la riqueza debía ser distribuida de manera equitativa. La gente, la más olvidada, aplaudía a rabiar. La población lo eligió presidente de la República.
Su nombre es Daniel Ortega (75). Desde el año 2006 es presidente de ese país. Nunca cumplió con sus promesas. Su pueblo está más empobrecido.
Lo primero que hizo fue cambiar la Constitución, que le prohibía reelegirse: ya lleva reeligiéndose tres veces y dentro de poco postulará a un cuarto mandato, junto con su vicepresidenta, quien es ¡su propia esposa!
Acabó con la libertad de expresión y persigue a periodistas. Los medios están prohibidos de informar sobre las protestas en contra de su régimen.
Lo que está haciendo Ortega con su país parece un thriller político de Netflix. En las últimas semanas, cuando apenas faltan pocos meses para las elecciones, ha mandado a detener a todos los precandidatos presidenciales de oposición que competirán con él. Entre ellos se encuentra Cristiana Chamorro, la favorita para vencerlo.
También ha enjuiciado a trece empresarios que apoyaban a varios de los postulantes, acusándolos de “actos ilícitos”. El Poder Judicial, que él controla, les levantó el secreto bancario de sus cuentas.
Lo único que ha hecho Ortega es enriquecerse junto con su familia y su entorno político más cercano. Hasta el momento, el gobierno de Estados Unidos ha bloqueado los activos de 31 personas vinculadas a su gobierno, incluida su hija.
Ortega es un caradura. El renombrado periodista Andrés Oppenheimer, de CNN, contó recientemente, en una de sus columnas del diario El Comercio, pasajes alucinantes de la entrevista que le hizo en 2018.
Narró que cuando le preguntó por el asesinato de 300 manifestantes opositores, le contestó que esas muertes eran “inventadas” y que varios de ellos habían sido asesinados por la oposición.
El periodista le mostró fotos de la participación de paramilitares de su partido, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que habrían actuado en la matanza. Ortega, sin inmutarse, le dijo que probablemente esas fotos eran “trucadas”.
“¿Qué siente cuando lo llaman dictador?”, le preguntó Oppenheimer. Ortega se encogió de hombros y le respondió: “Me han llamado muchas cosas. He aprendido a no molestarme con tales acusaciones”.
Nicaragua, cuya población es de 6 millones de habitantes, también es un corredor importante del narcotráfico internacional. Los narcos colombianos utilizan lugares de su territorio como un pasillo de sus cargamentos, por su privilegiada ubicación geográfica entre Colombia y Estados Unidos.
El de Daniel Ortega es uno de los muchos casos de candidatos presidenciales que se presentaron como ‘justicieros’ del pueblo, pero una vez elegidos terminaron como viles tiranos. Ojalá que eso, de ganar Pedro Castillo o Keiko Fujimori, no ocurra en nuestro país.
Nos vemos el otro martes.
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