El premio Nobel de Literatura, , dijo sobre los textos de la cronista Leila Guerriero que “muestra de manera fehaciente que el periodismo puede ser también una de las bellas artes y producir obras de alta valía”.

Esa obsesión por la estética de las palabras, por el ritmo, por el orden y, sobre todo, por la rigurosidad, han hecho de Guerriero (Junín, Argentina, 1967) una de las representantes más importantes del periodismo narrativo latinoamericano. Y por unanimidad.

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Los elogios de Vargas Llosa llegaron luego de leer ‘Plano americano’, un libro que recoge los mejores perfiles escritos por Leila Guerriero. Pero la cronista también ha publicado ‘Una historia sencilla’, ‘Los suicidas del fin del mundo’ o ‘Zona de obras’, y más. El más reciente es ‘La otra guerra’ (Anagrama). Todos de un alto nivel periodístico y literario.

El libro de perfiles 'Plano americano' fue elogiado por Mario Vargas Llosa
El libro de perfiles 'Plano americano' fue elogiado por Mario Vargas Llosa

Su vínculo con el Perú, con Lima, es especial, asegura. Sobre todo, después que editara el libro ‘Un hombre flaco’, un perfil sobre nuestro cuentista Julio Ramón Ribeyro escrito por Daniel Titinger.

Lima siempre me resultó una ciudad muy linda, aunque obviamente el clima me resulta sumamente tristón”, señala a este diario a través de una llamada vía WhatsApp., luego de asegurar que no quería hacer un Zoom más.

SOBRE LA PANDEMIA

Leila, ¿en estos meses te ha asaltado el pesimismo, la derrota, la desesperanza? ¿Cómo sobrellevas esta situación?

No, la derrota no. Pero pesimista sí fui desde el comienzo. Nunca entré por esos discursos extraños y románticos que decían que de la pandemia íbamos a salir tanto mejores. No, en absoluto.

Y el pesimismo, sí. Pensando en que el mundo que nos espera es un mundo mucho más desigual, mucho más injusto con aquellos con los cuales ya es injusto. Lo estamos viendo ahora, en esta especie de guerra por las , ¿no? Cómo los países centrales están comprando dosis para vacunar a su población siete, ocho o nueve veces y los países pobres, periféricos, estamos esperando, no sé, probablemente hasta el año que viene o más, para poder llegar a un cierto nivel de inmunidad.

De modo que sí, a nivel personal obviamente, todo eso afecta e impacta en el ánimo. Yo estaba, mas bien, iracunda por toda esta situación, por todo lo que te acabo de decir.

¿Tienes esa sensación de que esto parece no acabar nunca o de que el fin está muy lejos?

Sí, creo que sí. Esa pregunta se les ha hecho a varios líderes de la salud en distintos países y esquivan responderla. Y eso es todo un síntoma de que sí, en efecto, no va a haber un final sencillo.

Todo el mundo está diciendo que el virus no se va a acabar, que va a ser una cosa que va a estar con nosotros. Es muy posible que con la población vacunada el riesgo de que te infectes y tengas síntomas muy graves y termines muy dañado o falleciendo sean menos probable, pero también creo que tendremos que inmunizarnos año a año. Me imagino que esa será una rueda muy compleja de poner en marcha porque, o sea, ni siquiera va a estar terminada de inmunizar toda la población cuando ya van a tener que volver a vacunar a los que se vacunaron anteriormente.

O sea, eso es un círculo infinito y en el cual se depende de la industria farmacéutica, del gran negocio que este está siendo para todos ellos.

Padres y alumnos exigen el regreso a clases presenciales, tras las medidas implementadas por el presidente Alberto Fernández para contener la segunda ola de la pandemia de coronavirus en Argentina. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni).
Padres y alumnos exigen el regreso a clases presenciales, tras las medidas implementadas por el presidente Alberto Fernández para contener la segunda ola de la pandemia de coronavirus en Argentina. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni).

Hoy la muerte se ha convertido en parte del paisaje, ya no nos horroriza como al inicio, ¿lo sientes así?

Y no sé. Yo creo que hay un punto. Uno tiene que mantener la sensibilidad activa, digamos. Porque puede ser que no te sensibilice como al principio, salvo cuando te toque de cerca. Entonces me parece que ahí aplica un poco de… no sé, yo no dejo que decaiga esa sensibilidad. A mí me sigue impresionando ver las cifras de gente fallecidas, contagiados.

Naturalmente, el impacto, por el hecho mismo de estar expuestos constantemente a las noticias y a los muertos transformado en número, creo que ese trabajo de no desensibilizarse es mas bien individual.

Si uno se deja anestesiar por los números nada más, sí, claro, puedes llegar a insensibilizarte rápidamente. Pero bueno, uno de los roles como periodistas es también estar atentos a que eso no nos pase, a que no nos dé lo mismo.

¿Qué o quién te ha ayudado a sobrellevar esta situación?

Creo que, sobre todo, la escritura. Ayer hablábamos con un amigo y decíamos cómo hace una persona que no tenga de pronto la escritura o la lectura para superar toda esta situación.

La escritura mucho, la verdad. Escribir, pensar en torno a esto. Al principio no podía leer mucho, luego sí. Y también mantener estas conversaciones en torno a esto con otra gente, con colegas, con algún amigo… bueno, sentir que uno no está solo en sus preocupaciones. Creo que eso.

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¿En estos meses has leído más de lo que has escrito o escrito más de lo que has leído?

No, he escrito más de lo que he leído. Al principio no podía casi leer. Al principio, te digo en marzo, abril, mayo, no es que no leí nada, pero tenía que leer mucho por cuestiones laborales. Di un taller de lectura, repasé textos, fueron más meses de relectura. Leí mucho, pero la escritura siempre fue una gran prioridad. Estuvo siempre presente.

Si antes de pandemia éramos un continente con hambre, educación precaria, pobre, ¿el panorama después de pandemia será devastador? ¿Las brechas se van a abrir más?

Sí, sí. Como te decía antes, parece que vamos hacia un mundo cada vez más desigual. Acá en los datos de pobreza son aterradores. Según la última medición oficial, el 45% de la población es pobre. Sobre todo, esa pobreza está más enquistada en los jóvenes. Las cifras de escolaridad han caído enormemente, como sabés, en toda nuestra región las clases pasaron a ser virtuales y la posibilidad de conectarse en muchas familias o chicos ha sido mínima. No se pudo sostener. La deserción escolar de chicos que, incluso, reabriéndose las clases presenciales no regresaron es muy alta.

Villa Fiorito, Buenos Aires, ya golpeada por la pobreza, se convirtió además en foco de COVID-19. (Foto: JUAN MABROMATA / AFP)
Villa Fiorito, Buenos Aires, ya golpeada por la pobreza, se convirtió además en foco de COVID-19. (Foto: JUAN MABROMATA / AFP)

Entonces sí, creo que la cantidad de gente que ha perdido el empleo en todo este tiempo es altísima, gente que no puede realizar ningún tipo de reconversión, como transformarse en otra cosa. En nuestros países hay mucha informalidad laboral, mucha gente que trabaja en ‘negro’, sin estar inscrito en ninguna agencia fiscal, que ni siquiera puede recibir ayuda del Estado. Aparte, no todos los Estados pueden dar ayuda, subsidios. Los países centrales, la Unión Europea, Estados Unidos han invertido fuertemente en ese tipo de cosas. Incluso, Alemania lo ha hecho fuertemente sosteniendo actividades como la cultura, que consideraron que era una actividad central y fundamental y esencial desde el principio. Cosa que en nuestros países no se ha dado.

Justamente, en este contexto, el mundo se ha polarizado entre quienes piden que se salve la economía y quienes piden que se salven vidas.

Sí, bueno, en todos lados se dio eso. La salud o la economía. Esa es una situación que muy pocos países pudieron resolver. Todas las posturas en ese campo son incómodas.

Me preguntás a mí, yo te diría, bueno, no los pondría como una oposición. Salvemos las dos cosas. Ahora, de ahí a que se pueda realizar en lo concreto en países pobres, qué se yo, es complejo.

Luego uno piensa, pero si se prioriza solo la salud sin ver las múltiples y complejas capas que tiene una sociedad y dices: ‘Todo el mundo se encierre y no sale nadie’, cuando pasó eso en marzo del año pasado, aquí en , en lo primero que pensé fue en la gente que tenía trabajo como vendedor ambulante, las empleadas domésticas, el personal de servicio, de mantenimiento. Y me dije: ¿Toda esa gente cómo hace, ya no te digo para pagar algo, sino para comer?

Algunos de los ambulantes desalojados de Gamarra se instalaron en las avenidas Manco Cápac, Grau y Abancay. Mientras, en la avenida Argentina, se ofrecían desde accesorios para celulares hasta productos de ferretería. En estos lugares. (GEC)
Algunos de los ambulantes desalojados de Gamarra se instalaron en las avenidas Manco Cápac, Grau y Abancay. Mientras, en la avenida Argentina, se ofrecían desde accesorios para celulares hasta productos de ferretería. En estos lugares. (GEC)

Las personas que viven de lo que ganan día a día.

Claro. Entonces me parece que ahí se requerían Estados o mandatarios que estuvieran a la altura de la circunstancia para tener esa sensibilidad muy fina y entender eso, que con solo diciendo ‘la salud ante todo’, estaban descargando sobre los hombros de un montón de gente, digamos, un castigo enorme porque, aunque eso se hiciera para preservar la salud, no tuvo salud porque se derrumbó, se cayó del sistema más de lo que ya estaba, digamos. Eso también es salud: no poder comer, no poder darle de comer a tus hijos, eso también es salud.

SOBRE LAS REDES SOCIALES

Cuando coordinamos la entrevista me dijiste que ya no soportabas un Zoom más, ¿es un hábito que no piensas conservar después de la pandemia?

Por un lado, el nos salvó el mobiliario, porque sin el Zoom hubiera sido una situación muy opresiva y, bueno, dio posibilidades de seguir trabajando. No lo pienso erradicar para nada. Me parece una herramienta súper útil. A mí me ha permitido dar talleres, muchísimos talleres a lo largo del año pasado. Es una tarea que me requiere de mucha intensidad, mucho tiempo, mucha energía, pero también es algo muy grato porque he trabajado textos maravillosos con todos estos colegas, he podido tener intercambio, y sigo porque este año sigo con estos talleres con colegas de provincias distantes de la Argentina, incluso con algunos contados de afuera, porque no he querido sumar mucha gente del exterior, pero bueno ha habido mucha demanda, en ocasiones lo he aceptado y eso ha sido una ventana abierta a una posibilidad que no existía en otro momento. Qué se yo. Yo podía reunirme todos los viernes o miércoles con colegas que viven en la Patagonia, en la Mesopotamia, en la provincia de Buenos Aires, gente que de otra manera no hubiera podido llegar a mi casa, como yo habitualmente doy mi taller desde hace muchos años, entonces eso está muy bien.

Pero por otro lado, es una cosa muy vampírica, muy desgastante, mentalmente es muy agobiante, estar dos horas o tres en una clase, a eso se suma además entrevistas porque salieron algunos libros, conferencias, presentaciones de libros, invitaciones a ferias, todo se pasó ahí. El año pasado conté las clases y eran 194 clases propias, más todo lo que te digo de conferencias y presentaciones que deben haber sido, no 194, pero 60, y terminé en un estado de desgaste muy fuerte. Así que no, no lo pienso erradicar… pero ahora todo el mundo te escribe diciéndote: ‘me mandas un video de 30 segundos diciendo cómo se soluciona la pandemia’, ‘me mandas un video de 20 segundos diciendo cuál es la solución a nuestros problemas económicos’. Y yo, o sea, trato de colaborar y todo, pero supera la capacidad. Tendría que vivir alrededor de la computadora haciendo videos y hablando con medio planeta.

Guerriero cita a la periodista Fran Lebowitz para explicar su posición sobre las redes sociales
Guerriero cita a la periodista Fran Lebowitz para explicar su posición sobre las redes sociales

¿Las redes sociales no te han tentado en esta cuarentena?

No, no para nada. No. Eso es algo que no lo veo ni como tentación. La vez pasada estaba mirando ese documental genial que hizo Scorsese a Fran Lebowitz []. Sinceramente no la conocía y me pareció un personaje inteligentísimo, arbitrario, políticamente incorrecto. La mujer no tiene ni teléfono, así que con eso te digo todo. Es un sujeto que está completamente desconectado, la tipa está enojadísima con toda la gente que camina por Nueva York mirando el teléfono en vez de mirar la ciudad. La tipa odia todo lo que tenga que ver con la tecnología, yo no, yo soy una persona tecnológica, pero tomo de la tecnología lo que quiero aprovechar y no lo que me perjudica. Y en un momento le pregunta Scorsese sobre eso, sobre las redes sociales, le dice: ‘¿No te molesta que te pregunten tanto por qué no tienes redes sociales?’ Y ella le dice algo así como: ‘Ya tengo una respuesta y la respuesta es que no es que no tenga redes sociales porque no sepa lo que son, sino que no las tengo, precisamente porque sé lo que son’. Y esa es una respuesta genial para robársela y empezar a darla. Entonces, creo que la respuesta es esa. No tengo redes sociales porque sé lo que son, sé lo que distraen, sé cuán pendiente se queda la gente de eso. Para mí es un grado de distracción con el que no puedo lidiar. Además, si las tuviera quisiera que fueran buenas, que tuvieran algún contenido más razonable que sacarle una foto a la moqueca de pescado y camarones que hice el otro día y me quedó exquisito ¿Viste? La gente cocina empanada y va para el Twitter o el Instagram. Yo quisiera que fuera como una curaduría y eso me llevaría a tener que dedicarme a eso por como soy yo. Hay gente que lo maneja de una manera divina y lo admiro y felicito. Yo no, no, no puedo.

Leila Guerriero: “Las redes sociales son algo que no veo ni como tentación” (Foto: AFP/ Lionel Bonaventure)
Leila Guerriero: “Las redes sociales son algo que no veo ni como tentación” (Foto: AFP/ Lionel Bonaventure)

También se convierte, muchas veces, como me dijeron hace algunos días, en un ‘coliseo de gallos’, en donde hay mucho odio, mucha crítica irrazonable, te vuelve blanco de ataques con facilidad…

Sí, eso también lo veo, por supuesto. También es un poco con qué tipo de cosas mira uno. Yo, por supuesto, miro las redes sociales de otros. En Instagram no porque no me interesa. Pero Twitter, por ejemplo, hay como una discusión, un coliseo público. Y si vos mirás el Twitter de gente a la que lees o que te interesa lo que opina, me parece que a veces hay cosas buenísimas. Claro que por ahí el 80%, como decís, es una pelea de gallos.

En todo caso, me interesan algunas discusiones que se generan para después escribir alguna columna, etcétera, pero no acerca de lo que se dice en , sino acerca de lo que pienso yo sobre lo que se generó ahí. Hay mucha matonería, mucho bullying, mucha agresión, eso tampoco lo soportaría. No discuto en esos términos.

SOBRE EL PERIODISMO

Te iniciaste en el oficio de periodista con Jorge Lanata, ¿qué consejos recuerdas?

Yo, digamos, soy periodista porque él me convocó. No me conocía ni él, ni nadie. Un día empecé a trabajar en Página 30, la revista mensual de Página 12 (diario argentino). Yo lo vi muy pocas veces a Jorge, lo debo haber visto tres o cuatro veces en mi vida. Muy pocas veces. Él me abrió una puerta, me dijo: ‘Mirá, ahí está. Hacé lo que puedas’. No me dijo eso literalmente, pero yo sentí que me dijo eso. Y bueno, defendí el lugar tratando de hacer bien mi trabajo y tratando de estar a la altura de esa puerta que se había abierto y que no quería que se cerrara.

Entonces, él me dio el empleo y en ese mundo fui encontrando editores, encontrando gente que me fue llevando a otros sitios. Pero siento que su máxima labor fue esa, de decir: ‘este mundo es posible para vos. Tomá’. Y eso ya es enorme, ¿Y encima iba yo a pedirle consejo? No me parecía.

El periodista Jorge Lanata le abrió las puertas del periodismo a Leila Guerriero
El periodista Jorge Lanata le abrió las puertas del periodismo a Leila Guerriero

Entonces lo único que recuerdo y fue súper valioso para mí es que en el primer día que empecé a trabajar pasé primero por su oficina, mi memoria que puede fallar porque fue hace muchísimos años, conversamos poco tiempo y me dijo: ‘Bueno, ahora vas a ir ahí y defendete como puedas. Lo único que te puedo decir es que las puertas que no se abran, túmbalas a patadas’. Por ahí me dijo otras cosas, pero yo me quedé con eso.

Y me acuerdo de otra frase que me dijo, que también fue como una postura ante el oficio, claro yo no sabía nada, le preguntaba de qué hora a qué hora se trabaja, cómo es, etcétera. Él me dijo: ‘Mirá, aquí hay un horario, pero cuando voy a la redacción y la veo llena de gente digo que este diario es un fracaso. Los periodistas tienen que estar en la calle. Aquí lo que vale es que vos hagas tu trabajo. Nadie te va a controlar si estás sentada ocho horas al día. Si estás en tu escritorio ocho horas al día es que hay algo que no está funcionando bien’. Eso se me quedó tan metido, al punto tal, que lo tomé como lema y siempre trabajé mucho más de lo que se podía exigir en una redacción, digamos, porque sabía que mi trabajo no estaba limitado por un horario.

Y ahora sucede, Leila, que los gurús del negocio del periodismo le ponen cifras de producción de notas para periodistas…

Primero que nada, como decisión empresarial, me parece horrible, esta cosa de cuantificar. Y también me parece horrible cómo titulan los medios, con preguntas, para que entres y le des un click, tipo ¿qué es lo último que tenés que saber sobre el coronavirus para no infectarte? Claro, entonces uno ve eso y cómo no vas a entrar a leer. Obvio que entrás. Y de pronto es una pavada, como lavarte las manos antes de comer. Bueno, gracias. Pero ya está, entraste, clickeaste y le sumaste. Todas esas decisiones me parecen que corren al periodismo del lugar en el que tiene que estar, que es una mirada crítica, que es una mirada de pregunta, que es una mirada inteligente, no reduccionista. ¿Cómo responde cada uno a esas imposiciones empresariales? Yo creo que ahí ya no podría meterme porque se mezclan muchas cosas. Imagino que habrá colegas que están de acuerdo con esa manera de ejercer el periodismo y habrá colegas que lo hacen porque no les queda otra y porque tratan de rebanarle su lado económico y decir: ‘bueno, yo con esto me mantengo y después, fuera de esto, intento hacer otra cosa que me guste más. Trato de ejercer un periodismo mejor en otro lado, como freelance. O voy con esto empezando y después veo. Es un medio de mucha visibilidad. Van a conocer mi firma y después paso a otra cosa’. Entonces, digo, claro que uno querría una especie de rebelión general ante la situación. Eso sería fenómeno. Que digan ‘así no lo hacemos más’. Pero no se le puede exigir eso a un colectivo tan grande de gente.

Sucede también que en estas últimas décadas han saltado muchos políticos intolerantes con la prensa, en Venezuela, en Colombia, en Argentina, ¿por qué?

Mira, primero que nada, los medios tienen poder. Es absurdo decir que no lo tienen. Y de todo lo que se les acusa, que se hacen operaciones políticas y se apoya, todo eso lo sabemos. Esto existe. A veces por intereses económicos, intereses ideológicos, de mil maneras distintas. Pero también creo que para los gobiernos encontrar un enemigo tan enorme y tan fácil y detectable, como los medios, ha sido muy beneficioso para esta tendencia casi mundial de dividir las aguas, ¿no?

Me acuerdo cuando en Argentina empezamos a hablar de la polarización hace más de una década y después vimos que todo eso se comenzaba a replicar en todos lados. Y uno estaba atento que eso mismo pasaba, qué se yo, en España, Estados Unidos, Venezuela, Colombia, Perú, etcétera. Me parece que la detección rápida de un enemigo al que se puede acusar de muchas cosas, algunas reales y otras no, es beneficiosa para los líderes populares. Me parece que es una cuestión de estrategia y de conveniencia y muchas veces los medios han dado muchos motivos para eso, hay que decirlo.

Leila, ¿qué has escuchado de Trome?

Sí, por supuesto. Tengo muchos amigos en Perú, como sabés. Daniel Titinger tal vez sea mi mejor primo en Perú. Y sí, conozco el diario.

¿Qué me han dicho? Que es un medio con gran llegada, con muchos lectores, que hacen cosas que está muy bien. Lo escucho desde hace años, porque es un medio que está hace mucho tiempo.

Esta pandemia ha matado muchos diarios. O, al menos ha acortado su agonía...

Sí, en muchos sitios. Además, el trabajo también es complicado, como la imposibilidad de salir, a veces la gente no te quiere recibir. En algún momento pasará y se reacomodará, supongo.

¿Consumes diarios populares?

No mucho, la verdad que no mucho, pero de todas maneras hay diarios, ¿viste? Aquí en Argentina hay un diario que podría categorizarse de muy popular, que es el diario ’, que es un diario que está enfocado casi todo en crónicas rojas, escandalosas, y sí hubo periodistas muy interesantes como una mujer de cuyo nombre me acuerdo. Y ha sido escuela para muchos periodistas, que luego siguieron sus caminos en otras partes. El trabajo digno se puede hacer en cualquier parte. Aunque bueno, hay algunos medios de comunicación que ya sus propuestas mismas son demasiadas livianas o superficial, pero eso no me interesa. Más allá de que en esos lugares, incluso, hay colegas que son talentosos y tienen que ganarse la vida de alguna manera, digamos, ¿no?

SOBRE LIMA

Leila, hace un par de años editaste un libro hermoso, ‘Un hombre flaco’, un perfil de Julio Ramón Ribeyro, ¿descubriste rasgos del cuentista que se podría generalizar en los peruanos?

No, para nada. En absoluto. Soy enemiga de las generalizaciones, de las idiosincrasias patrias y todo eso. No, no, no. Sí descubrí muchas cosas de que no sabía gracias al estupendo trabajo que hizo [Daniel] Titinger, que es uno de los periodistas más talentosos que conozco. De descubrí infinidad de cosas que no sabía. Lo había leído, tenía idea de su vida en general, pero no de las circunstancias con ese grado de minuciosidad que se cuenta en el libro. Pero jamás podría decir que es un reflejo de un peruano en sí.

Has venido muchas veces a Lima. Sobre Lima el poeta Jorge Eduardo Eielson decía: “Lima no es una ciudad para vivir, sino, al contrario, un lugar ideal para morir: un cementerio”, ¿lo crees?

A mí Lima me gusta mucho. He ido muchas veces realmente. Te diría que cada ciudad es un grupo de gente amiga y querida. La ciudad se reviste con esta aura de cariño y de cosas entrañables que uno encuentra en los amigos y uno recuerda a los lugares que fue con ellos y son rincones queridos y son el café que vamos con uno u otro. Entonces, a mí Lima siempre me resultó una ciudad muy linda, aunque obviamente el clima me resulta sumamente tristón, por decirlo de alguna manera. Nunca hay un sol pleno, siempre es ese cielo que parece un poco como un cielo de eclipsado, ¿viste? Ese mundo desanimado, eso me achata, pero igual. Cuando hay un sol, te quemá la cabeza, apero aún es una luz desvaída. Yo que estoy acostumbrada a los cielos rampantes de Buenos Aires, que cuando hay sol es como un estallido y todo es azul y hay un fuego. Yo soy muy climática, eh. A mí el clima me impacta fuerte en el ánimo. Tampoco quiero decirte que si está nublado me deprimo, pero estar en un lugar en que todos los días hay esa cosa aplacada, me termina bajando un poco. Pero la ciudad sí me parece lindísima. La he recorrido bastante, me parece una ciudad interesantísima.

"Lima siempre me resultó una ciudad muy linda, aunque obviamente el clima me resulta sumamente tristón".
"Lima siempre me resultó una ciudad muy linda, aunque obviamente el clima me resulta sumamente tristón".

Leila, para terminar. Mario Vargas Llosa es uno de tus grandes admiradores, te ha hecho elogios.

Bueno, no digamos tanto. Pero sí, ha sido muy generoso y elogioso. Pero admirador, no sé. No le pongamos ese mote.

Bueno, él ha sido muy enfático con su posición con el lenguaje inclusivo, ¿compartes su opinión?

No conozco esa postura que tiene Mario. No podría opinar de eso en particular porque no lo he seguido mucho en ese pensamiento. Por un lado, creo que el lenguaje es dinámico. Por otro lado, el lenguaje inclusivo no me molesta para nada que la gente lo use. Por momentos, hasta me parece simpático cuando dicen: ‘Hola a todes’. Me parece que tener una perspectiva de género excede por mucho a tener un lenguaje inclusivo. Lo que me pasa a mí con el lenguaje inclusivo es que me resulta estéticamente todavía muy raro. Leer un texto y encontrar una ‘x’ o una ‘e’ me produce un sobresalto y me detiene la lectura. No sé qué pasará con esto dentro de unos años, tal vez uno se habitúa.

Mi cuestionamiento es más estético, por eso no lo uso yo. Tengo una relación muy de estética enorme con la palabra. Por ahora, me suena como cuando vas leyendo el texto y en vez de hospital encuentras nosocomio, y entonces te dices por qué, qué horror. Pero, por otra parte, también tengo una fe poderosa en el lenguaje. Por más que un autor no use el lenguaje inclusivo para expresarse, uno puede advertir la mirada de género que tiene ese autor por lo que dice, por los contenidos que dice. Yo aspiro a eso, que cuando escribo -y yo escribo mucho sobre género, realmente mucho, incluso durante la pandemia he escrito mucho sobre el retroceso de los derechos de las mujeres con esta situación de encierro, la violencia, los roles domésticos…-, he escrito mucho y no uso el lenguaje inclusivo, pero me parece que está clara cuál es mi postura. No es que dejo de leer a un autor porque escribe de esa manera, o le hago una observación a un tallerista porque escribió de esa manera. Cada uno elige la herramienta del lenguaje con lo que se sienta cómodo.

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