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Los ángeles de un migrante | ‘Diario de una migrante peruano venezolana’, la columna de Desiré Mendigaña

La travesía de un migrante no es fácil: se enfrentan a toda clase de circunstancias y a personajes de todas las calañas. Sin embargo, no todo es malo, también se cruzan en su camino ‘ángeles’ que los ayudan desinteresadamente. Es el caso de don Víctor, en Colombia.

Más de ocho millones de venezolanos han migrado. Es el segundo mayor desplazamiento actual después del que ocurre en Siria. . Todos, o la gran mayoría, buscan tranquilidad, trabajo y un mejor futuro para sus hijos. Desiré Mendigaña es comunicadora social. Nació en Perú, pero a los tres años migró a Venezuela con su madre. Con la crisis económica del país llanero, tomó sus maletas y cruzó fronteras otra vez. Ha vuelto a sus raíces. Esta es la tercera entrega de su historia. Empecemos:

Hay un vallenato muy clásico en Colombia que dice “(…) los caminos de la vida no son como yo pensaba/Como los imaginaba/No son como yo creía/Los caminos de la vida son muy difíciles de andarlos/Difícil de caminarlos y no encuentro la salida (…)”. Sí, la versión más popular por estos lados es la del argentino Vicentico. Volviendo a la canción, en efecto, no hay nada más cierto que esto. Podría decir que es casi uno de los mandamientos de Moisés que, en alguna parte, se perdió.

Hay un par de afirmaciones que siempre me digo ante ciertas situaciones adversas y complicadas: “al inocente lo protege Dios” y “arriba hay un Dios que para abajo ve”.

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Ahora, que puedo ver en retrospectiva tantas cosas que he vivido desde que decidí emprender mi viaje en búsqueda de un mejor futuro, veo lo mucho que somos capaces los seres humanos de aguantar, de luchar y de soltar.

Cuando una persona, sea quien sea, decide dejar toda su comodidad, sus seres queridos, a sus amigos, dejar esas calles y lugares que forman parte de su historia, es porque en verdad hay una fuerza interior muy grande que lo impulsa. Si usted puede, dele un abrazo y la bendición porque le vendrán momentos en soledad muy difíciles y le tocará lidiar con adversidades para las cuales no estamos todos preparados.

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Recién llegada a Colombia, confié en una propuesta segura de trabajo. Una pareja de conocidos inauguraría un restaurante, que básicamente vendía menús. Ellos, sin experiencia en el rubro, y yo junto a otra chica estábamos recién bajadas del bus, por así decirlo. La propuesta era que ellos nos daban el hospedaje en su casa, el alimento salía de lo que se preparaba en el restaurante, y la paga era un porcentaje de lo que se vendía durante la semana.

Pero comenzar un negocio de comida en un lugar desconocido no es fácil, aun sin saber las costumbres gastronómicas de esa zona, y sin conocer a nadie, mi compañera y yo tuvimos relativa aceptación. En pocos días ya teníamos una pequeña clientela frecuente, y había caras conocidas que solían llegar puntuales al almuerzo. Entre esas personas, había un señor llamado Víctor, que realmente le sacaba canas verdes a cualquiera.

Don Víctor fue un alma generosa que ayudó desinteresadamente a Desiré Mendigaña durante su estadía en Colombia

Don Víctor, era muy exigente con la comida, con la atención y, en general, con todo. Cuando él llegaba y se le servía siempre le parecía fría la sopa, aunque estuviese echando chispas, o de pronto la carne le parecía un poco dura; pero después de un rato decía que esa misma carne estaba suavecita. Este señor era como una piedrita en el zapato, pero siempre respetuoso y nunca insolente. Él hacía sus críticas, pero igual estaba ahí puntual al menos tres o cuatro días a la semana.

En algún momento, este señor de unos setenta y tantos años, alto, de buen porte, de piel blanca pero un tanto tostada por el sol, de cabello blanco como un algodón, siempre impecable en su ropa y presencia, llegó a contarnos de su vida.

Que había ido muchas veces a Venezuela, que le gustaba la Isla de Margarita, que había comprado una casa, etc., etc. A pesar de su intensidad al momento de sentarse a almorzar, se veía que era un señor de buenas costumbres, educado y muy conocedor de mundo.

MÁS INGENUAS QUE UN NIÑO EN NAVIDAD

Estuve trabajando en ese lugar al menos dos meses, durante ese tiempo la paga fue casi nada. Según las cuentas que sacaban los dueños, la lógica del cálculo era algo así: se sumaba todos los ingresos de la semana a eso ellos restaban todo lo que gastaban durante esa semana (vegetales, carnes, descartables). A lo que quedaba de esa suma y resta, le sacaban el 40% que era lo que pagaban a mi compañera y a mí. Es decir, 20% cada una. En cifras, era algo similar a cinco mil pesos colombianos, en soles serían unos s/ 6 o s/ 7 semanales: una miseria. Pero nosotras no lo sabíamos. No sabíamos cuál era la paga correcta por la chamba que hacíamos. No conocíamos a nadie. Y, a decir verdad, éramos más ingenuas que un niño en Navidad.

Lo que sí supe es que, a ese paso, no íbamos a lograr comprar ni un colchón para dejar de dormir en el piso. Así que decidimos que, de las dos, yo saldría a buscar un trabajo con un mejor ingreso y así poder alquilar una habitación y despegarnos de esos jefes explotadores y abusivos. Cuando les notifiqué que no seguiría en el restaurante, ellos cambiaron su actitud y comenzaron las malas caras. Yo logré conseguir trabajo como vendedora en una tienda de ropa que era literalmente la locura, y se llamaba irónicamente ‘El Hueco’. Les pedí que me dieran chance de cobrar mi primer sueldo para irme y alquilar una habitación pues lo que tenía en el bolsillo no alcanzaba ni para una noche en el peor de los hoteles.

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Al principio accedieron, pero al cabo de una semana de estar trabajando de lunes a sábado desde las 8 am hasta las 10pm, y ese domingo de 8am a 1pm; llegué a la habitación a tumbarme un rato a descansar en ese suelo. Pasaron un par de horas cuando la fulana conocida dueña del restaurante entró en la habitación y sin más, nos pidió a mi compañera y a mí que nos fuéramos de ahí. Eran como las cinco de la tarde.Sin nada de dinero para alquilar una habitación en un hotel, sin conocer a nadie y sin comida. Solo se nos ocurrió buscar al señor Víctor que anticipadamente se había ofrecido a ayudarnos cuando lo necesitáramos. Y ese era el momento.

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Nunca olvidaré a ese señor. Nunca creí que de ser el cliente más quisquilloso del restaurante pasaría a ser un ángel que Dios puso en el camino de mi compañera y mío, para demostrarnos que Dios existe. Gracias a ese señor nos logramos establecer en otro lugar. Ese señor fue como un padre que sale a proteger a sus hijas. Nos dio techo, una cama y comida; y todo fue de manera desinteresada, con total respeto. Nunca jamás ese señor hizo alguna insinuación diferente a la de ayudar a dos chicas solas en un país ajeno. Donde esté, gracias.

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