Por: Johnny Valle
Cuando un periodista muere, también muere un pedazo de historia de la ciudad que le tocó caminar. No exageran cuando dicen que se sufre como un perro, ni cuando embriagados por la adrenalina de una información exclusiva se goza como niño en dulcería. El legendario fotógrafo Carlos ‘Chino’ Domínguez acuñó sobre el oficio: ‘Perro que no camina no encuentra hueso’. Las suelas de un reportero conocen de lodo, mierda, arena, piedra, asfalto, cemento, alfombras y mármol. De ahí la broma de redacción: ‘el cliente favorito del zapatero es un periodista’.
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Mario Bucana fue un callejero incansable e incorregible. Nunca pisó una facultad de periodismo. En aquellos años tampoco existían. Hizo honor a la frase que escribió Alberto Fuguet en ‘Tinta Roja’: ‘El periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle’. Perteneció a esa promoción añeja de Panamericana, de cuando los asistentes o choferes se hacían camarógrafos por pura curiosidad. “Ahí tienes a los Zacarías, Llaja, Bucana, Urquizo, Navarro, Solón Jara. Todos ellos han aprendido mirando. Entraron por una cosa a Panamericana y terminaron chapando cámara porque les gustó la imagen”, declara el periodista Fernando Díaz, pulpín de 19 años cuando hizo dupla con el ‘Cholito’. Si el talento nace de la perseverancia, Bucana fue el más diestro de su camada. Por eso Gunter Rave dice: “Tenía en las venas la sangre de camarógrafo y el ojo clínico para el encuadre. Además, poseía una resistencia increíble. Corría cargando su pesada cámara Betacam en un hombro y en el otro su trípode”.
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José Llaja, otro histórico camarógrafo de Panamericana, maestro y padrino de Bucana, lo evoca así: “Más que talentoso, era un con... Guerrerazo como ninguno. El ‘Cholito’ cubrió el conflicto del ‘Andahuaylazo’ y lo corretearon 1500 personas. Salió ileso y con tremendas imágenes”. Para ser un buen periodista –apuntó el polaco Kapuscinski- hay que ser buena persona. Y Bucana lo fue. Esto nadie lo niega. Ni sus colegas de la competencia, con quienes guerreó y correteó por la noticia hombro a hombro pese a las desigualdades. “Siempre fue un gran ser humano, de sonrisa fácil, responsable y superchamba. Vivimos mil avatares. Estuvimos en muchas comisiones: en el Congreso, viajando por Ayacucho y varios momentos más. Desde el principio estuvo ávido de aprender y con el tiempo se convirtió en un camarógrafo arrojado y muy bueno”, comenta la conductora Mónica Delta, con quien coincidió en la misma casa televisiva a fines de los 80. “No tuve la oportunidad de trabajar con él, pero siempre fue alegre y cordial las veces que estuve en Panamericana”, responde Beto Ortiz.
Humilde para aprender de los viejos y generoso para enseñar a los jóvenes, hubo una cualidad que nadie discutió de Bucana: su profesionalismo. Precavido hasta la angurria. El periodista, documentalista y profesor Alejandro Guerrero recuerda: “Nunca me falló en el trabajo. Jamás me dijo que no tenía baterías, ni una vez se quedó sin cintas. Pienso que es uno de los pocos camarógrafos con quien no pude renegar, con lo mucho que me gustaba renegar en esos tiempos”.
Mario Bucana falleció hace una semana. En su ley: corriendo la cancha, cargando su cámara. Cubría las desgracias del Covid-19 cuando el maldito virus se le trepó. Luchó, pero sus 62 años lo pusieron en desventaja. Siempre la vida será más importante que cualquier historia, aunque los periodistas no queramos entenderlo.
A su muerte se suman las de los colegas Azucena Romaní, Manuel Sánchez, Sindefredo Moncada, Ángel Huayabán y Raúl Llerena en las mismas circunstancias. Todos periodistas de la vieja escuela. De aquella generación que cree que la única manera de ejercer el periodismo es cruzando la puerta de la oficina, husmeando en donde nadie te invita, preguntando lo que incomoda. Gastando las suelas de los zapatos. Porque en este oficio la calle parió a los mejores.