Opinión

El Chato picarón

El Chato Matta está trabajando tres veces por semana y un viejo amor lo timbró con una insospechada invitación.
"¿Avanzo o no avanzo?", es la duda del Chato.

El Chato Matta me llamó al celular. Tenía voz de resaca. Parece que no había dormido dos días. “María, ya saqué mi permiso y estoy trabajando tres veces por semana en esta cuarentena, porque sino, quién da de comer a mis ‘chanchitos’. Como mi teléfono ya se hizo popular, me llaman clientes conocidos, así trabajo más tranquilo. Sonó y era una voz sexy. ‘Chatito, soy la única. Espero que no te hayas olvidado de mí...’.

Era ¡Mirella!, un viejo amor de cuando trabajábamos de amanecida llenando planillas en el ministerio. Tenía un cuerpazo mejor que el de la ‘chuecona’ del programa de ‘JB’. Era sobrina del portero de toda la vida del ministerio, por eso le dieron trabajo. No sabía ni escribir bien, pero al toque, con un movimiento de caderas, enamoró al supervisor, que babeaba por ella.

Su papá había sido un poeta que, decían, enloqueció de tanta bohemia, alcohol y drogas. De arranque me dijo que le gustaba mi chispa de barrio. ‘Oye Chato, no te hagas el sano, bien que me deseas’, me decía moviéndome sus amplias caderas. ‘Es que soy casado y fiel a mis hijitos’, le respondía.

A la morocha Mirella eso la descuadró y desde ese día me miraba con más ganas. Creo que le gustaba lo prohibido. Una noche se me fue encima: ‘Ya le dije al administrador que me vas a invitar un caldo de gallina, vamos’. ‘Oye, no tengo ni un sol’, contesté. ‘No te preocupes, yo pago’, replicó.

No fuimos por un caldo de gallina, sino que ¡me llevó a un hotelito de Petit Thouars! ‘Me gustó que me digas que eres fiel a tus hijitos y no a tu esposa. No me gustan los sacolargos ni sonsos... Tómame, soy tu premio, el que todos desean y nunca tendrán’, me dijo eufórica.

Mirella afirmaba que me amaba y que gracias a mí le había aflorado la vena poética de su fallecido padre. Un día, después de hacer el amor, me ordenó cerrar los ojos y me dio un papelito:

‘Este poema lo escribí para ti: ‘Mi locura sería deshacer las murallas con tu nombre / iría pintando todas las paredes / no quedaría un abismo sin que yo asomara para gritar tu nombre / ni montaña de piedra donde yo no volviera a gritar / enseñándole al eco las seis letras distintas del nombre que nunca olvidaré’.

Sentí que la amaba en la oscuridad de esas cuatro paredes de ese viejo y sucio hotel. Pero todo cambiaba cuando prendía la luz. Se desaparecía el encanto. Además, mientras estaba conmigo, ¡coqueteaba con el hijo del ministro!

El colorado, que era divorciado, perdió la cabeza por ella y le ofreció matrimonio. ‘Oye, yo tengo un amante’, le dijo ella. ‘No me importa nada, de acá para adelante serás mía y te enamorarás de mí’, le respondió el pelotudo.

Tanta devoción la conmovió y aprovechó que salí de vacaciones y me fui con mi familia al norte para casarse con el billetón e irse de luna de miel a Miami. ‘Chato, ya me divorcié, estoy libre para ti, como antes’, me gritó. Asuuu, ¿avanzo o no avanzo?”. Pucha, ese Chatito con la cara de sonsito engañaba a su esposa, pero no es tan sinvergüenza ni cochino como Pancholón. Me voy, cuídense.



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