Este Búho considera al poeta Domingo de Ramos (Ica, 1960) como una de las voces más representativas de la llamada ‘generación de los ochenta’. Lo conocía de vista -yo ya era cachimbo sanmarquino- por haberlo visto con uniforme escolar en las asambleas de apoyo a la famosa huelga de los maestros en 1979, durante el gobierno militar.
Cursaba el tercero de secundaria en un colegio nacional de su barrio de San Juan, pero ese año prácticamente no hubo clases y el joven escolar realizaba activismo político. En 1981 cumplió su sueño de ingresar a San Marcos, al programa de Sociología. Allí se reencontraría con Roger Santiváñez, quien, como Domingo, se había desencantado de la militancia política.
Roger leyó los primigenios poemas del chico de San Juan y lo invitó a integrarse al telúrico movimiento underground Kloaka en 1982. De Ramos vivirá tres años intensos. Él mismo reconoce que fueron tiempos de intensa bohemia, en el cuartel general del movimiento, el desaparecido bar Wonny, donde los integrantes del movimiento tenían una mesa exclusiva.
Allí se producían intensos debates, broncas intelectuales, por líos de faldas y pantalones. Una vez vi cómo un conciliador Antonio ‘Toño’ Cisneros intentaba apaciguar una pelea entre dos poetas, él y ella, quienes se disputaban los afectos de un tercero en discordia. Pero detrás había genialidad. Uno de ellos era el jovencito Domingo, al que ya en San Marcos los anarcos de ‘cracia’ lo habían bautizado como ‘Domingo de Ramos... no laborable’.
Confiesa que diariamente se iba a la casa de Roger, en Villacampa del Rímac, a leer libros en su bien surtida biblioteca. Publica poemas en la revista Ojo de Agua y en el suplemento cultural de un diario izquierdista. Su imagen era parte del decorado del jirón Quilca, como Henry Chinaski, el álter ego de Bukowski, un tremendo ‘bar fly’ (mosca de bar), no había mesa que se le resistiera cuando ingresaba al Queirolo o al recordado bar Las Rejas.
Por ese tiempo también lo veían en Barranco, tomando un pisco Demonio de los Andes en la casa taller de Víctor Delfín. Quienes pensaban que la vida del insomne vate era solo bohemia y amanecidas, se equivocaron cuando publicó su primer libro. Ahí confirmó que ese estilo de vivir a mil por hora, como si la vida tuviera la duración de una burbuja a punto de estallar, dio sus frutos.
Todas esas vivencias, sus orígenes de la sierra ayacuchana de su madre quechuahablante, las pampas de San Juan, su primigenia militancia política, los amores no correspondidos, el humor, una dosis de cínica ternura y hasta inocencia, se plasmaron en ese demoledor primer libro titulado ‘Arquitectura del espanto’ (1988). Aquí un poema representativo de la obra del iqueño:
’Todo está rodeado.
Ves hijo, naciste cuando el sol era más pequeño
que tu cuerpo.
Cuando veías que la tarde se iba
y tu madre llegaba como una ronca respiración
para darte la leche de etiqueta roja
que lactabas como si fueran los pechos de tu madre.
Ah, hijo, viniste justo cuando las esteras ardían
de calor y las banderas aún flameaban dándote la bienvenida.
Ahora tienes 15 años
y no has estudiado
pero es como si lo
hubieras hecho
levantando construcciones
cazando pájaros
corriendo por las playas como una quilla con las olas
pescando en la madrugada
trayendo flores en invierno
vendiendo cometa en agosto.
Ahora hijo, todo está rodeado
rodeado de alambres con piltrafas de aves
que como un oleaje te arrebataron el aliento
en una noche tan distante de la noche en que naciste
mientras yo estaba arrastrando la carretilla azul
¿recuerdas?
como el Titanic
que viste en la televisión
que se hundía y tú te ahogabas de sopor con la fiebre
de la arena sobre tus desnudos pies.
Ahora todo está rodeado. Menos donde descansas. Tus huellas
se han perdido. En la falda del cerro unas lagartijas juegan
haciendo hoyos y bajo la solitaria cruz
hay una voz de conchas marinas que silban
entre las rocas. Más abajo, mucho más abajo la casa
que a la distancia verás
como un mar encallado en el desierto’.
(‘Como un mar encallado en el desierto’)
El escritor tiene publicados más de una docena de libros, entre los que destacan ‘Pastor de perros’ (1993), ‘Osmosis’ (Premio Copé de Poesía, 1996), ‘Las cenizas de Altamira’ (1999), ‘Cartas desde la azotea’ (2011), entre otros. Viajero impenitente, ha recorrido Estados Unidos, México, España, Francia, Rusia, Finlandia, invitado por prestigiosas universidades donde a los estudiantes y críticos los seduce una obra vanguardista, pero que no pierde esa identidad heredada de sus ancestros, lo que los críticos han denominado ‘choledad cosmopolita’, aunque también la denominan estética ‘Andes ground’. Apago el televisor.