Este Búho no pudo dejar de sorprenderse. En el año 1990, cuando era redactor de un diario que hoy yace en el cementerio de papel, llegué a Huaycán, en ese entonces una zona inhóspita, casi inaccesible. En ese lugar, precisamente, el candidato sorpresa, Alberto Fujimori, rompió fuegos en la segunda vuelta, en su campaña electoral contra Mario Vargas Llosa. Allí estuvo este Búho con sus ojazos, haciendo una crónica. Han pasado veintiséis años y se ha convertido en un gigantesco suburbio. Ya no es la pedregosa quebrada invadida. Hoy tiene autopistas, hospitales, comisarías, parques y grandes colegios. Entonces ¿cómo es el cuento de que sus pobladores se han sublevado contra la policía, argumentando que hay ‘pishtacos’ y que los uniformados están aliados con ellos? Es alucinante lo que pasa. Este columnista escuchó de su abuelita Raquel, que en paz descanse, historias de los ‘pishtacos’, pero sobre todo, supe más del tema gracias a un gran escritor, Enrique López Albújar, que fue juez en la sierra de Huánuco y escuchó increíbles historias de esos siniestros individuos que merodeaban las alturas de ese departamento, buscando secuestrar a jóvenes para sacarles sus órganos y su grasa. Hoy tengo un siglo dividido en dos y vuelvo a escucharlas. Pero no solo eso. Veo muchedumbres afiebradas que se enfrentan a la policía. Veo en la tele a sospechosos pobladores ‘enardecidos’ que reclaman a los agentes porque ‘apoyan y protegen’ a supuestos ‘robaniños’, a inexistentes extractores de corazones, ojos e hígados. Y lo peor es que voltean autos modernos sin miramientos e incendian carros a pocos metros de una comisaría.

Este montaje es demasiado burdo, pues no hay ninguna denuncia de algún padre o madre de familia sobre un hijo desaparecido o asesinado. En Huaycán no hubo ningún niño víctima. Todo esto me hace recordar a los psicosociales del montesinismo, como ‘La virgen que llora’ y la satánica historia del regreso de ‘Sarah Ellen’, que la creó mi amigo de la Universidad de San Marcos, el loco Leo, quien debería cobrar dividendos. La primera surgió en la Semana Santa de 1990. Hicieron aparecer una virgen en el Callao, donde se formaban interminables colas de personas para verla y pedirle un milagro. Muchos lloraban ante la imagen y estaban convencidos de que hacía milagros. Todo era cubierto por la prensa chicha y los canales vendidos. Así es como se ‘taparon’ los primeros casos de corrupción del régimen del ‘Chino’. Después, en 1993, salieron con el cuentazo del regreso de Sarah Ellen, una supuesta bruja, una vampiro, dizque había sido ajusticiada en Estados Unidos y que, antes de morir, había prometido volver 80 años después para vengarse. Su esposo, al no poder enterrarla en Estados Unidos debido a la negativa de las autoridades, comenzó a buscar otro país para hacerlo, hasta que arribó al Perú. La cuestión es que una tal Sarah Ellen fue enterrada en Pisco y entonces se creó el psicosocial de que saldría de su tumba en 1993. La noche en que se esperaba su retorno, cientos de incautos se apostaron en el cementerio de Pisco con estacas y crucifijos para rematarla. El colmo fue que la televisión adicta al fujimorismo hasta hizo transmisiones en vivo del ‘acontecimiento’. Por supuesto, jamás salió de su tumba. Este columnista habrá nacido de noche, pero no anoche. No me como cuentos. Esas volteadas de autos particulares sin roche, sin medir las consecuencias, me hacen sospechar. ¿Quiénes son estos agitadores profesionales? Lo dejo allí, para que mis astutos lectores saquen sus conclusiones. Apago el televisor.

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